A los 21 años, Ángel Hiram Alvídrez Hernández ya sabe lo que es mirar el universo de frente. El estudiante del séptimo semestre de Ingeniería Mecatrónica en el Instituto de Ingeniería y Tecnología de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (IIT-UACJ), vivió este año una de las experiencias que marcaron su vida: el Verano Científico del Observatorio Astronómico Nacional San Pedro Mártir (OAN-SPM), en Ensenada, Baja California.
“Lo que más me impresionó fue ver los Pilares de la Creación”, dice todavía con brillo en los ojos. Esa nebulosa, inmortalizada por el telescopio espacial Hubble, se dibujó ante él en tiempo real.



“Se veía muy bonita… nada que ver con cualquier telescopio convencional”.
Ángel nació y creció en Ciudad Juárez, en una familia trabajadora. Su padre estudió contabilidad, pero labora en sistemas en una maquiladora; su madre, además de psicóloga, se dedica a la educación preescolar. Tiene dos hermanos mayores, pero él, el menor, siempre levantaba la mirada al cielo.
“En el kínder nos preguntaban qué pasaba con el Sol y la Luna. Mis compañeros decían que se escondían. Yo respondía: se va moviendo. Lo aprendí viendo videos en YouTube. Desde niño me fascinaba la idea de que hubiera otros mundos, nebulosas, galaxias…”.
Ese interés lo llevó hace dos años al Club de Astronomía de la UACJ, donde actualmente más de 30 jóvenes comparten esa pasión. Fue ahí donde conoció la convocatoria del Verano Científico del Observatorio Astronómico Nacional San Pedro Mártir, un programa que abre las puertas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) a estudiantes de todo el país y de América Latina.
En Chihuahua solo aplicaron diez jóvenes y tres fueron seleccionados: Lizandro Arreola Pérez, Karla América Salcido Herrera, ambos de Ingeniería Física y Ángel, todos alumnos de esta casa de estudios.
Durante tres semanas fueron asesorados por un investigador de Ensenada. En el caso de Ángel, fue el Dr. Francisco Murillo, jefe del departamento de instrumentación del observatorio de San Pedro Mártir.
Rentaron un Airbnb, cocinaban juntos, asistía a clases y conferencias en el Instituto de Astronomía de la UNAM. Ángel trabajó en un proyecto que lo marcó: la automatización de un telescopio de ocho pulgadas.
“Era hacerlo que se moviera solo, controlar los motores para que siguiera las estrellas”, explica. El resultado de su trabajo será publicado como un mini paper en la Gaceta de la UNAM.

Pero más allá de los avances técnicos, Ángel se quedó con el recuerdo de los doctores que transmitían pasión en cada charla, con la noche sin contaminación lumínica en la sierra, con las caminatas que le permitieron ver los dos mares desde lo alto. “Allá todo era impresionante: el cielo, las montañas, la experiencia de estar rodeado de científicos felices con lo que hacen”.
Ángel sabe que no habría llegado hasta ahí sin sus profesores. Recuerda con gratitud al Dr. Edgar Alonso Martínez García, investigador en el área de Robótica y Control en el IIT, quien le dio la carta de recomendación clave para su selección.
“Me inspiró porque él ha estado en muchos intercambios. También destacó que yo ya sabía programar y utilizar Linux, algo fundamental para los proyectos de investigación”.
La combinación de su trabajo en el laboratorio de robótica, su empeño en el Club de Astronomía y el apoyo de sus maestros abrió la puerta que ahora lo hace soñar distinto.
Antes del verano, Ángel se veía trabajando en una maquiladora, reparando máquinas. Hoy, después de haber tocado el cielo, su horizonte cambió: quiere ser científico.

“El Verano Científico OAN-SPM nos acercó a ese sueño que parecía tan lejano. Nos enseñaron que no es imposible. Escribir un paper, hacer un proyecto, convivir con investigadores… ya dimos el primer paso”.
Su compromiso ahora es traer ese aprendizaje a su ciudad. En el Club de Astronomía de la UACJ, busca aplicar lo aprendido para revivir telescopios que están en desuso.
“Quiero que más jóvenes vivan lo que yo viví. A inicios del año vuelve a abrir la convocatoria: que se animen, que apliquen. Es algo indescriptible”.
En un contexto donde muchos jóvenes se enfrentan a la incertidumbre de su futuro, Ángel Hiram representa una inspiración: el estudiante que de niño levantó la mirada al cielo y que, gracias a la ciencia, hoy se atreve a soñar en grande.
“Ser científico no es un sueño imposible”, asegura. Está aquí, está al alcance. Solo hay que mirar arriba y atreverse a dar el salto.