En el aula donde el silencio pesa antes del primer golpe, antes del primer respiro entre notas, hay algo más que nervios. Hay meses de trabajo invisible, de ensayo solitario, de repeticiones casi obsesivas. Lo que está por ocurrir no es solo una evaluación académica. Es, para muchos, la última vez que interpretarán música como estudiantes. Es el umbral entre la formación y la vida profesional. Es un acto de amor.
Este día, en el Centro Universitario de las Artes de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (CUDA-UACJ), los alumnos de la Licenciatura en Música ofrecieron su recital final de percusiones y música de cámara. Lo hicieron frente a profesores, familiares y amigos que se sentaron a escucharlos con la emoción contenida de quien sabe que está siendo testigo de un momento definitivo.
“Esto es como presentar un examen, sí… pero uno donde se califica con los sentidos”, explica el Mtro. Guillermo Alberto Méndez Herrera, docente del programa. “Claro que hay una rúbrica, claro que se evalúa si se golpea bien el instrumento, si suena agresivo o dulce, si hay técnica, si hay fidelidad a la partitura”.
Cinco estudiantes de distintos semestres presentaron su trabajo final en el área de percusiones: timbales orquestales, tarola de concierto y marimbas dieron forma a un programa que incluyó obras de compositores estadounidenses y serbios, seleccionadas no solo por su belleza, sino por los desafíos que representaron para cada intérprete.


“La evaluación en realidad es una muestra del recorrido”, agrega el maestro. “Las piezas que presentan son como respuestas a un problema que trabajaron durante todo el semestre. Resolverlas no es solo tocarlas. Es entenderlas. Hacerlas suyas”.
Gustavo Enrique Ortega Torres, tubista de noveno semestre, formó parte del Ensamble de Cámara. El recital también marcó un punto de inflexión en su vida: “Este semestre es especial. En febrero audicioné y fui aceptado como tubista en la Orquesta Sinfónica de la UACJ. Es el inicio de mi camino profesional”.
Gustavo se emociona al hablar. Es inevitable.
“Estar ahí, en la Orquesta, significa mucho. Significa que ya no solo estoy estudiando música, ahora la estoy viviendo. También empecé a dar clases en un programa para niños… y ahí es donde uno entiende que lo aprendido se multiplica cuando se comparte”.
Al final del recital, las emociones se hicieron evidentes. Porque la música tiene ese poder: puede contar lo que no se puede decir. Puede sanar. Puede recordar. Y en una tarde cualquiera, el Centro Universitario de las Artes fue testigo de ello.
Mientras los últimos acordes se desvanecían en el aire, el público aplaudía satisfecho. No solo por las notas bien tocadas, sino por todo lo que no se ve: la perseverancia, la pasión, la fe de cada joven que decidió apostarlo todo por un sueño.